El Greco

El Greco

Título: El Greco


Autor: Francisco Calvo Serraler (Madrid 1948)
Editorial: Alianza Colección Alianza Cien Volumen 49


Antes un loco, hoy un artista.

  El Greco (Creta 1541-España 1614) en su tiempo fue considerado un extravagante más, luego un lunático. Más tarde a fines del siglo XIX un talentoso artista.
   Don Francisco en su libro echa por tierra esas teorías de que su estilo pueda explicarse desde defectos visuales o un desequilibrio mental.

 Criticón, criticón, criticón...

   El Greco se comportó en Roma como un Youtuber ansioso de fama y reputación. Entonces hizo lo que hacen esos chavales "criticar al mejor" y comenzó a criticar nada menos que al recientemente fallecido Miguel Ángel. Los italianos que no son ningunos tontos se enardecieron contra él y el tío tuvo que buscar asilo en España.

    Soy el mejor. Ay... eso de querer que todos vean el brillo de tu estrella. Puedes encontrar dos caminos: El de la paciencia: sigue brillando alguien te verá; o, el de El Greco intenta apagar las estrellas que brillan más que ti, si lo logras quedarás sólo tú: ¡todo un campeón!, si fracasas te vas a España como el Greco.
   Aunque es probable que no sólo haya huido; sino, además, buscado sin éxito, el favor de la corte española de Felipe Two. Criticón o no el Greco no se conformaría con pintar contornos y rellenos. Lo que se jugaba era la lucha y primacía del dibujo (Miguel Ángel, escuela florentina) versus el color (Tiziano, escuela veneciana).

   Consideraba al nuevo realismo moderno iniciado con Giotto, más que una superación; una auténtica catástrofe espiritual, una traición al original sentido teológico de la belleza. Se presenta el conflicto donde lo sagrado y el misterio litúrgico en el arte perecen naufragar

   Criticado. Nuestro artista alcanzó en vida poca reputación mucho tiene  en ello no adaptarse a la moda/corrientes del arte; los cruces culturales de su formación no se lo permitían.

   El desfallecimiento de los sentidos y cualquier clase de quebranto corporal potencia, más que disminuye, no sólo el talento, que transfigura los límites físicos, sino, sobre todo, la libertad creadora. Es como si esta decadencia tristemente sobrevenida, a la que no pocas veces suele, además, acompañar una progresiva falta de aprecio social, empujara al artista genial, así maltratado, a crear en lo sucesivo sólo para sí y a lo suyo, quedando por completo ensimismado. 

Un pintor tiene más suerte que un escritor. 

   El pintor tiene una ventaja sobre el escritor su obra está a la vista en un museo o en una colección privada, en una catedral o un edificio gubernamental. Sólo necesita para ser redescubierto o alcanzar por primera vez renombre de la mirada sagaz de un crítico o un comprador millonario o alguien que haga un montaje viral con su obra (todo es posible). Por el contrario, un libro permanece cerrado, un libro no se cuida tanto como un cuadro. Allí duerme en un estante y si no alcanzó cierta reputación en sus días difícilmente sea redescubierto y ensalzado como puede serlo un cuadro o toda la obra de un pintor.

   Un libro profundo que se disfruta. Tiene 7 reproducciones de la colección del Prado. Cuando parece que el autor arroja una bandera luego la ondea desafiante. La oración final de unas 21 líneas deja sin aliento al lector, no sólo por vaciar tus pulmones para leerla en voz alta.

El Greco, Doménikos Theotokópoulos, salvo en los retratos, se delata por sus cuerpos alargados, rostros graves, el color amarillo y ¡unas pantorrillas fuertes!.

¿otra entrada sobre pintores? Dalí, Salvador. Los cornudos del viejo arte moderno

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