Título: La Mortaja.
Autor: Miguel Delibes (17/octubre/1920-Valladolid-12/marzo/2010)
Editorial Alianza Madrid 1993
Colección Alianza Cien volumen nº1
La colección Alianza 100 se editó hace unos veinte años, se componía de minilibros de 11cm x 15cm, de menos de 100 páginas, de los más variados autores y la más variada temática, permitiá al lector acceder por un precio módico a grandes escritores.
El presente minilibro de Delibes trae el cuento titulado La Mortaja, en la contratapa del volumen se expresa: "naturaleza, muerte e infancia son tres constantes de su mundo artístico que se conjugan de manera obsesiva en este cuento".
El año pasado, con motivo del día de los fieles difuntos, un amigo que me lleva algunas décadas me contaba de su visita al cementerio y con su gran sentido del humor me decía: "luego de aquella visita, el ir de una tumba a otra, comprendí que tengo más amigos dentro del cementerio que fuera de él". Quien llega a vivir muchos años creo, comparte las palabras de este querido amigo.
Sin embargo la experiencia de este cuento conjuga la infancia y la muerte, como si la misma afirmación la podría hacer un niño. La vida y su caudal de sencillez, desínterés, fidelidad, respeto, odio, vanidad y muerte. Una bella historia que conmueve, Delibes un gran escritor en esta historia de 1970 deleita al lector.
Un niño al encuentro del mundo. "...Cinco años antes su padre lo llevó con él para que viera por dentro la fábrica de la luz. Hasta entonces él no había reparado en la mágica transformación. Consideraba la Central, con su fachada ceñida por la vieja parra, como un elemento imprescindible de su vida. Tan sólo sabía de ella lo que Conrado le dijo en una ocasión:
-El agua entra por esta reja y dentro la hacemos luz; es muy sencillo.
Él pensaba que dentro existirían unas enormes tinas y que Conrado, Goyo y su padre apalearían el agua incansablemente hasta que de ella no quedase más que el brillo. Luego se dedicarían a llenar bombillas con aquel brillo, para que, llegada la noche, los hombres tuvieran luz. Por entonces el "bom-bom" de la fabrica le fascinaba. Él creía que aquel fragor sostenido lo producía su padre y sus compañeros al romper el agua para extraerles sus cristalinos brillantes..."
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