El dragón y la princesa

Sabato

El dragón y la princesa.


Autor: Ernesto Sabato

(Rojas 24/junio/1911-Santos Lugares 30/Abril de 2011) 

Editorial Alianza. Alianza Cien. Vol. nº 62


    El dragón y la princesa, ha sido especialmente adaptado por el autor para esta edición. En su extensión original es la primera parte de la novela Sobre héroes y tumbas.

    Sábato nos cuenta la historia de Martin y Alejandra. Un muchacho melancólico y dado a la autocompasión que se topa con Alejandra, una sádica apática de quien todo hombre se obsesiona, a favor de la muchacha hay que decir que está enferma. 

    Al igual que otros que se obsesionan con Alejandra Martín cree enamorarse de ella. Ya el modo en que se conocen te sumerge en el misterio de una chica a a que nunca terminaras de conocer...

  Hizo un esfuerzo para mantener los ojos sobre la estatua, pero en realidad no la veía más: sus ojos estaban vueltos hacia dentro, como cuando se piensa en cosas pasadas y se trata de reconstruir oscuros recuerdos que exigen toda la concentración de nuestro espíritu. "Alguien está tratando de comunicarse conmigo", dijo que pensó agitadamente. La sensación de sentirse observado agravó, como siempre, sus vergüenzas: se veía feo, desproporcionado, torpe. Hasta sus diecisiete años se le ocurrían grotescos.
   Hizo un gran esfuerzo por mantener la mirada sobre la estatua. Dijo que en aquel momento sintió miedo y fascinación; miedo de darse vuelta y un fascinante deseo de hacerlo. Recordó que una vez, en la quebrada de Humahuaca, al borde de la Garganta del Diablo, mientras contemplaba a sus pies el abismo negro, una fuerza irresistible lo empujó de pronto a saltar hacia el otro lado. Y en ese momento le pasaba algo parecido: como si se sintiese impulsado a saltar a través de un oscuro abismo "hacia el otro lado de su existencia". Y entonces, aquella fuerza inconsciente pero irresistible le obligó a volver su cabeza. Apenas la divisó, apartó con rapidez su mirada, volviendo a colocarla sobre la estatua.
   Tenía pavor por los seres humanos: le parecían imprevisibles, pero sobre todo perversos y sucios. Las estatuas, en cambio, le proporcionaban una tranquila felicidad, pertenecían a un mundo ordenado, bello y limpio.
   Pero le era imposible ver la estatua: seguía manteniendo la imagen fugaz de la desconocida, la mancha azul de su pollera, el negro de su pelo lacio y largo, la palidez de su cara, su rostro clavado sobre él. Apenas eran manchas, como en un rápido boceto de pintor, sin ningún detalle que indicase una edad precisa ni un tipo determinado. Pero sabía -recalcó la palabra- que algo muy importante acababa de suceder en su vida: no tanto por lo que había visto, sino por el poderoso mensaje que recibió en silencio.
...en aquel momento, tuve la sensación nítida de que acababa de suceder algo. Algo que cambiaría el curso de mi vida.
... Entonces la vio alejarse en dirección al alto, por la calle Brasil hacia Balcarce. Pronto desapareció de su vista. Volvió lentamente a su banco y se sentó.
Pero —le dijo— ya no era la misma persona que antes. Y nunca lo volvería a ser.

Obs: Sabato curiosamente lleva tilde en la tapa del libro; hasta al mejor cazador...

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