Los relojes.
Agatha Christie (15/septiembre/1890-UK-12/enero/1976)
The clocks, 1963
Mientras leía la novela, muchas veces cerraba el libro y miraba la tapa pensando ¿pero no era de Agatha Christie este libro?. Esto lo hacía al notar la ausencia de Poirot y su amiguete en la novela (ni Miss Marple, nada). Cuando de AC se trata yo espero encontrarme con el detective belga. Pero a no desesperar que aunque tarda en aparecer no falta a la cita.
Una mecanógrafa es llamada al domicilio de una ciega, al llegar descubre el cadáver de un hombre. Ya va costando descubrir quién es este tío que aparece muerto, mucho más descubrir pista de quien lo mato cuando los homicidios continúan: una compañera de trabajo de la mecanógrafa aparece muerta.
-Usted hablará con ella - ordenó Poirot- , porque los dos son amigos ya. Luego, juntos, irán a ver a esa mujer ciega con cualquier pretexto. Más adelante visitará usted la firma para quien Sheila Webb trabaja, alegando, por ejemplo, que necesita que le pasen un manuscrito a máquina. Probablemente trabará relación con cualquiera de las otras chicas que trabajan en ese servicio de secretariado. Hágalo así y luego venga por aquí a contarme cuanto le hayan dicho esas personas, ce por be.
-¿No me tiene lástima? -le pregunté.
-No, en absoluto. ¡Si se va a divertir!
Más asesinatos es igual a más escenas del crimen. Pero Poirot cuando entra en escena afirma que algunos crímenes pueden resolverse quedándose uno sentado en la biblioteca de su casa, sin siquiera asomarse a la puerta. ¡Poirot!
Poirot es un chico melodramático...por eso le
digo a mi amigo Colin «Los vecinos». Converse con los vecinos.
Averigüe cuanto pueda acerca de ellos. Explore en sus historias
respectivas. Y, sobre todo, procure charlar con todos, aprovechando
el menor pretexto. La conversación normal no es sólo una serie de
respuestas a determinadas preguntas... Durante el diálogo se le
escapan a uno minucias. La gente se mantiene en guardia cuando la
conversación es trascendente, peligrosa. En la charla de
circunstancias el espíritu se relaja; todos sucumben al alivio de
decir la verdad, que no exige esfuerzos, concentración. Hablar
sinceramente cuesta mucho menos trabajo que mentir. En ocasiones una
palabra, un concepto espontáneo, es más revelador que un largo
discurso.
— He ahí
una colección de consideraciones admirablemente expuestas —
comencé— . Desgraciadamente, en este caso no son aplicables.
— Sí,
mon cher, sí. Precisamente hay una breve frase de inestimable valor,
a la cual iba a referirme en seguida.
— ¿Cuál?
— pregunté— . ¿Quién la dijo? ¿Cuándo?
— A su
tiempo, mon cher, a su tiempo.
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